El asesino lo tenemos en casa


En mi interior, Michael Jackson explotó cuando en el álbum Thriller escuché por vez primera Billie Jean. Además de su forma originalísima de cantar, me llamó la atención la innovación de los arreglos de Quince Jones. Geniales los violines a contratiempo de un ritmo descarnado donde el bajo, en primer plano, sonaba como el precursor que anunciaba que estaba a punto de llegar el rey.

De hecho, ya desde la introducción, incluso antes de escuchar su voz, tuve la sensación de que aquel bajo de estilo un poco obsesivo y aquellos violines que, como en la punta de los pies, le servían de contrapeso, eran su propia voz. Como si viniesen a anunciar: “Chicos, aquí, estoy… durante algún tiempo, me podréis disfrutar…”. Y realmente era una gozada.

Las notas de aquella introducción significaban algo así como el preludio de algo que estaba sucediendo musicalmente (y de que manera). Después, llegaba su voz. Y, al final de aquella canción, incluso antes de escuchar el resto del álbum, advertía ya el fragor de aquel huracán llamado a extenderse por toda la Tierra. Más de 750 millones de discos vendidos. Y ahora todos preguntándose que fue lo que lo mató. El diagnóstico de parada cardiaca es una autentica banalidad, que demuestra lo pueril que puede ser la fantasía del que es pillado en un error o la incompetencia nada digna de un medico, si exageró a la hora de inyectar una medicina a la que ya se había acostumbrado. Han pasado apenas 48 horas desde que Michael murió y la palabra complot ya está dando la vuelta al mundo. Pero el autentico asesino está delante de nosotros, nos mira a la cara, nos lo topamos todos los días cuando vamos a comprar el periódico o cuando vemos la televisión. Puede decirse que el asesino lo tenemos en casa, nosotros mismos le damos de comer y hasta de dormir, pero no hacemos nada por educarlo para que no mate. Hacemos como si no lo viésemos y nos guardamos muy mucho de echarlo de casa, si la noticia que sale de la pequeña pantalla sobre la plena absolución de Michael Jackson no tiene el mismo realce que las que, durante años, lo difamaron, acusándolo de abusos sexuales. Durante una década (o más incluso), los criminal media lo masacraron, a pesar de que él se declarase inocente y a pesar de no contar con una sola prueba en su contra. Lo destruyeron, lo machacaron, lo acribillaron. Y, al final, cuando tenían oportunidad de tratarlo adecuadamente para rehabilitarlo ante el mundo, ¿qué hicieron? Asestarle el golpe de gracia, diciendo que “Michael Jackson había sido absuelto”. Pero lo dijeron tan quedamente que, esta vez, la puñalada de los medios de comunicación le costó la vida. Con el alma todavía sedienta de sangre, intentó entonces dar voz a esa inocencia finalmente reconocida, de una forma diferente y, como siempre, genial. El esfuerzo era realmente sobrehumano para poner en pie estos shows. Tanto que parecía improbable. Tenía que reunir sus últimas fuerzas, dispersas ya por la maligna maquinaria del consumismo y anunció su último encuentro con el millón de fans que lucharon a brazo partido por conseguir las entradas para estar presentes en uno de sus 50 conciertos de Londres. Durante otros tantos días, cantaría, se divertiría y jugaría con los que siempre lo amaron y nunca dudaron de su inocencia. Hablaría al mundo de esa verdad que los medios omitieron tan vilmente. Pero, ahora, el mundo, por fin, lo ha escuchado. Articulo publicado en “Corriere della Sera” 28 junio de 2009
Autor: Adriano Celentano

Fuente: Web Enrique Bunbury

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